
Vivo en una familia ensamblada.
Por primera vez en 20 años voy a contar que vivo en una hermosa familia ensamblada.
No solamente cuento con la teoría por ser graduada de Psicología en la UBA, sino con la ventaja de haber transitado las preguntas, los miedos y las miradas de quienes me han hecho consultas.
Todo empezó en el Club Atlético Lanús como principal testigo de innumerables historias de nuestra familia. Todas las tardes, después del trabajo, llevaba a mi hija Sofia (5) y a mi hijo Juan Ignacio (7) a estar al aire libre en el club, mientras yo hacía gimnasia con una amiga. La infancia ahí era hermosa, alegre, sana y divertida. En ese momento mis hijos jugaban mucho con dos hermanitos, una nena de 7 años, Milena, y un nene de casi 5 años, Valentín.
Un día mis hijos no encontraban a sus amiguitos; me pidieron ayuda y los acompañé a buscarlos. Me acerqué a un grupo de personas y pregunté quién era el papá de Milena y Valentín. Ese fue nuestro primer encuentro y a partir de ese día comenzó la historia de nuestra familia junto a Omar, mi actual marido.
Los chicos, nuestros hijos, nos juntaron. Ellos se conocieron antes, jugaron durante meses. Ni él, ni yo, lo habíamos registrado. Ambos sabíamos que jugaban con unos nenes, sabíamos sus nombres, pero nosotros no nos habíamos cruzado. En ese momento de mi vida, yo ponía mucha distancia, era muy joven. Era un espacio de mis hijos.
El club pasó a ser un punto de encuentro de niños y adultos. Yo venía de una familia tradicional, y tenía muchos prejuicios heredados que no me permitían pensar en acercar un hombre a mis hijos. Hasta que un día, pasados unos meses, el papá de estos chicos me invitó un primer café, fuera del encuentro del club. Ya no como el papá de esos niños, sino como Omar.
Hoy, 20 años después, todos nos reímos cuando recordamos una anécdota de aquella época: un sábado, al salir del club, mi hija lloró en el viaje hasta mi casa porque no le gustó que Milena, la hija de Omar, los había reunido a los cuatro para advertirles que no podían seguir siendo más amigos porque “Si nosotros cuatro seguimos juntos, así y jugando, tu mamá y mi papá se van a terminar casando y van a tener un bebé”.
Con el tiempo Milena tuvo razón: años después, nació Octavio como fruto de nuestra relación con Omar. Nuestros cuatro hijos recibieron al nuevo hermanito.
Al principio, cuando salíamos todos juntos, observábamos cómo los chicos explicaban, y nosotros también, la nueva conformación familiar. Pasado el tiempo, ellos se ubicaban claramente en lugar de hijos, de esta familia, sin tantas explicaciones.
De forma progresiva se fue gestando un sentimiento de pertenencia de esta familia, donde la convivencia –compartir, asistirnos, en el amplio sentido, y generar un lenguaje propio, un modo de ser en nuestra familia, basados claramente en la palabra, en las sobremesas largas– fue gestando el sentimiento de familia. Este lugar de todos pasó a ser casa, “una de sus casas”.
Claramente nos costó más a los adultos, por la rivalidades, los celos, etc. Por eso siempre cada uno tuvo un espacio privado: su terapia individual.
Somos una familia con pautas claras, con límites, que muchas veces fueron difíciles de poner y sostener, ya que al ser una familia ensamblada había otras voces. Pero siempre hubo dos adultos que cumpliamos las funciones materna y paterna y niños en el lugar de hijos a quienes proteger.
Siempre acompañamos a nuestros cinco hijos en sus proyectos y, como siempre decimos: ellos son nuestra mayor inversión, en el amplio sentido de la palabra.
Algo se pierde, algo se gana como en cada cosa que elegimos. Todo no se puede, pero lo que se puede tiene que ser vivido como proyecto común. En nuestro caso, ambos siempre quisimos una familia, sin perder de vista los proyectos individuales y respetándolos.